lunes, 29 de agosto de 2011

Quiero vivir en un país criticado por Moody's

Acabo de leer que la agencia Moody's ve "positiva" la reforma constitucional emprendida en España. La noticia que, sin duda, habrá hecho respirar de alivio a nuestros pusilánimes representantes políticos, a mi me ha agravado la desazón que vengo sintiendo estos días. Que países enteros persigan desesperadamente la aprobación de empresillas privadas no dice nada bueno de este mundo en el que vivimos.

Ninguna medida tomada hasta ahora en España y en el mundo destinada a "aplacar" a los mercados ha surtido efecto, porque parece que los Estados democráticos no se dan cuenta de que capitalismo en estado puro y democracia son incompatibles. Curiosamente, uno de los países donde actualmente el capitalismo se desarrolla con menores trabas es China. Una dictadura "comunista" de partido único permite que, bajo su paraguas, las empresas entren en el país e inviertan con los menores límites posibles, tanto desde el punto de vista social como medioambiental. Resultado: en pocos años, China se ha convertido en la segunda potencia económica mundial y, según numerosos informes, será la primera en unos pocos más. Su crecimiento genera elogios en las escuelas de negocios, agencias de calificación, instituciones financieras... Se habla del nuevo poderío chino, de un cambio en las reglas del juego mundial. Pero, ¿por qué no se habla de lo que en realidad es China? El primer país en pena de muerte de mundo, donde las desigualdades sociales siguen siendo abismales entre el campo y la ciudad y los daños medioambientales producidos por el desmesurado crecimiento industrial y urbano sólo ahora comienzan a calibrarse. Sin contar con la casi nula protección social de sus ciudadanos.

Resumiendo, un paraíso para los mercados. ¿Han oído críticas de alguna agencia de calificación hacia China? ¿Y de algún mandatario "occidental"? Incluso se ha creado una agencia de caliicación propia en el país, Dagong Global Credit Rating, que se permite criticar el comportamiento económico de EEUU.

Desde las democracias occidentales, nunca podremos competir económicamente con China. Es China, y con ella todas las "economías emergentes" (eufemismo que engloba países que crean sociedades de clientes en lugar de ciudadanos, que llegan a tener antes el último modelo de móvil que agua caliente en casa) las que deben converger con los estándares de protección social europeos. Esto, lógicamente, es lo opuesto a lo defendido por los mercados y el neoliberalismo mundial, y en ello están: en tensar la cuerda lo más posible para que la ciudadanía vaya renunciando cada vez a más derechos en aras de una competitividad y un crecimiento que nunca llegarán, porque ni se debe competir eternamente ni el crecimiento eterno es posible.

Este sistema en el que nos hemos visto sumergidos busca sociedades elitistas, donde unos pocos privilegiados podrán pagarse sus servicios sociales básicos como la sanidad o la educación mientras el resto se las arreglará como pueda. No es un modelo nuevo, ya existe en los países inadecuadamente llamados "en vías de desarrollo" que, precisamente, se encuentran en esa tesitura por la resistencia de sus élites a abandonar sus privilegios.

Este proceso de cierta emancipación (con todos los límites que queramos, especialmente en España) de una clase media frente a los privilegios de una minoría, ya se produjo en Europa hace bastante tiempo y, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los derechos sociales nacieron y se convirtieron en uno de los mayores avances de la humanidad. Lo insólito de todo lo que estamos viviendo estos últimos meses es que parece que estos derechos sociales son renunciables en beneficio del crecimiento económico. ¿De verdad estamos dispuestos a retroceder en lo ganado?

Me sorprende la resignación de muchos ciudadanos que asisten como meros espectadores a los acontecimientos que se suceden en el mundo. Ninguna receta de las propuestas por el sistema capitalista para la crisis que estamos viviendo es nueva, y ninguna ha demostrado ser eficaz en la mejora del nivel de vida de la ciudadanía. El mercado persigue el beneficio económico y nada más. Por eso es tan importante el papel de los Estados, que siempre deben regular el mercado, no intentar calmarlo, como vemos últimamente.

Yo tengo muy claro que no quiero que mi país se dirija cada vez más hacia una sociedad elitista donde se salvaguarden tan sólo los intereses de ciertos grupos de poder. Es totalmente absurdo retroceder hacia eso, va en contra del deseo de progreso continuo que siempre ha guiado a la humanidad. Por eso quiero vivir en un país criticado sin piedad por Moody's.

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