jueves, 20 de junio de 2013

Turquía, Brasil y la farsa de los BRIC

Protesta frente al parlamento en Brasilia

Mientras escribía el anterior post sobre Turquía empezaba una ola de protestas en Brasil que aún continúa mientras escribo estas lineas. Protestas que comenzaron por la subida del transporte público en varias ciudades brasileñas y que, como ya viene siendo habitual en todas las protestas mundiales a las que asistimos, han derivado en una enmienda a la totalidad de un sistema corrupto y favorecedor de los intereses de una minoría cada vez más millonaria y avariciosa. Hablaba en el anterior post de estos fogonazos de lucidez que para mí son estas protestas, porque introducen interferencias en el discurso dominante replanteándolo. En este caso, por ejemplo, han logrado colar un mensaje verdaderamente revolucionario en medio de un evento mainstream como la Copa Confederaciones de fútbol. Ha sido muy llamativo y rompedor ver a futbolistas brasileños como Neymar o Rivaldo apoyar las movilizaciones y hablar del derecho a la sanidad y educación públicas. Sí, en mitad de un gran acontecimiento deportivo y de masiva audiencia en el mundo, son sus propios protagonistas (que además son miembros de una profesión demasiado dada al lugar común y la frase hecha y muy poco a los discursos coherentes y arriesgados) los que se lanzan a hablar de política. Habrá a quien le parezca normal. A mí me parece alucinante.
Pero no sólo esto es novedoso. Lo más importante de estas dos últimas movilizaciones masivas de Turquía y Brasil es que se hayan producido en dos de las llamadas "potencias emergentes", esos supuestos paraísos en la Tierra del nuevo capitalismo, que muestran al mundo sus monstruosas tasas de crecimiento económico mientras se embarcan en megaproyectos urbanísticos y especulativos. Vamos, el modelo a seguir por otras economías como las europeas, anticuadas y "poco competitivas", para FMIs, Troikas y demás abogados del neoliberalismo más fetén.

Sin embargo, oh sorpresa, parece que en estos países la gente no está contenta con su situación y exige derechos sociales básicos como la educación y la sanidad mientras manifiesta su profunda indignación ante la prepotencia y autoritarismo de sus gobiernos, más centrados en satisfacer a sus respectivas oligarquías locales con pelotazos varios antes que en atender a los intereses generales. ¿Os suena?

No es que hicieran falta estas protestas para saber que un sistema como el capitalista, que basa el supuesto bienestar de la gente en tablas macroeconómicas y en un eterno crecimiento del PIB como fuente de toda felicidad, se sustenta en la riqueza de unos pocos a costa de la explotación del resto. No hay que irse muy lejos: también en España se crecía al 4% y 5% no hace ni diez años y el 80% de la población asalariada no ganaba más de 1.000 euros al mes. Pero estas protestas visibilizan algo con lo que quizá no contaban los fans de los BRIC (acrónimo de Brasil Rusia India y China, la Champions League de los "emergentes"): que en sus paraísos idílicos existen muchísimos problemas sociales y que sus habitanmtes no están dispuestos a tolerarlos.
Solidaridad con Brasil en la plaza Taksim de Estambul

Brasil y Turquía son dos de esas potencias emergentes. El primero, nueva potencia regional en Sudamérica, está en el club de honor de los cuatro grandes, y la segunda, también con un creciente papel político en Oriente Medio, se encontraría en un segundo grupo con tasas de crecimiento económico más modestas pero constantes, grupo en el que podríamos englobar también a Chile, Colombia o Sudáfrica, por poner sólo algún ejemplo. No me detendré -porque no es el objeto de este post- en profundizar en el hecho adicional de que muchos de estos países aparecen en los sucesivos informes de organizaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional como vulneradores de los derechos humanos en distintos grados.
En Turquía y Brasil se están viviendo estos días protestas masivas, pero no debemos olvidar que en los otros miembros BRIC también se han producido -sobre todo a partir de 2011- movilizaciones que, si bien no han merecido tanta atención mediática (los medios, ay los medios... otro día escribo sobre ellos), no han dejado de ser importantes, sobre todo teniendo en cuenta los contextos políticos de estos países.

Así, en Rusia, por ejemplo, estamos asistiendo a un goteo constante de movilizaciones en contra del autoritarismo del régimen del presidente Putin y la precaria democracia rusa que empezaron en 2011 y que han sido objeto de una dura represión policial y un bloqueo informativo bastante evidente en los medios "occidentales" sitos en países con evidentes intereses comerciales con el régimen ruso.
Manifestantes en la plaza Bolotnaya de Moscú en 2011

La detención, juicio y encarcelamiento de las miembros del grupo punk feminista Pussy Riot por su protesta en una iglesia ortodoxa de Moscú dieron la vuelta al mundo y desencadenaron una ola de solidaridad internacional que aún hoy continúa.


También en India se vienen produciendo protestas más o menos masivas contra la corrupción del gobierno, y curiosamente también a partir de 2011, año de las revueltas árabes. En este caso se produjeron a raíz de una huelga de hambre iniciada por el anciano activista Anna Hazare y durante días reunieron miles de personas en las calles de varias ciudades del país.

Protestas contra la corrupción en India en 2011

Por último llegamos a China. El gran modelo a seguir por los gurús ultracapitalistas. Dictadura de partido único donde el desarrollo económico puramente capitalista campa a sus anchas sin apenas límites por parte del Estado. El sueño húmedo de todo neoliberal que se precie. Y además la fábrica del mundo. Obviamente no me detendré en las continuas violaciones de derechos humanos en el país número uno del mundo en pena de muerte y donde el mínimo atisbo de protesta es salvajemente reprimido. Pero, aún así, las protestas también se producen, y en este pequeño espacio quiero detenerme en una que, si bien no es asimilable a las anteriores, pues no es una revuelta ciudadana masiva, sino más bien una protesta laboral en el seno de una empresa, sí que tiene mucho de simbólico y supuso mucho tráfico de indignación en twitter en su momento unido, ojalá, a la apertura de ojos para muchos sobre los productos que consumimos alegremente en los países del norte y que, además, muchas veces implican un símbolo de estatus social para nosotros. Me refiero a las protestas y suicidios de trabajadores que se produjeron en la empresa Foxconn, fabricante de componentes de Apple, iniciados en 2010 y que alcanzaron una mayor visibilidad en 2012, coincidiendo con el lanzamiento del iPhone 5. Gracias a estas protestas supimos de las condiciones de esclavitud en que las grandes multinacionales mantienen a sus empleados en esos paraísos BRIC donde, mientras crezca el PIB y ellas produzcan barato, todo lo demás no importa tanto.

En fin, que al capitalismo se le acaban los comodines. Obviamente, un sistema que nos quiere hacer creer que la clave para el futuro es vivir cada vez peor para que nuestro PIB crezca hasta el infinito es un sistema que ha perdido la razón (si alguna vez la tuvo) y que hace mucho tiempo que concentra todos sus empeños en que una élite financiera y empresarial mundial mantenga sus privilegios e insultantes ganancias económicas a costa del 99% de la población.

Confucio dijo aquello de "afortunado el que viva tiempos aburridos". Bueno, en estos tiempos que nos han tocado es cierto que estaremos menos tranquilos, pero también lo es que asistiremos a grandes cambios. Yo no me lo quiero perder.

domingo, 16 de junio de 2013

Homenaje a #occupygezi

Llevaba muchos meses sin dedicarle un tiempo a este blog. Quizá sea porque en España hace mucho que hemos entrado en un bucle en el que nada cambia y todo lo que opino sobre lo que está pasando aquí ya lo he escrito en este espacio, y tampoco me gusta repetirme. Pero sí me apetecía mucho escribir sobre Turquía -país en el que tuve la suerte de vivir y en el que conservo amigos, recuerdos y lugares- y sobre todo lo que se está viviendo allí estos días.

Mientras escribo estás líneas la plaza Taksim y el parque Gezi se encuentran vacías. Ayer el gobierno de Erdogan desalojó brutalmente todo el espacio de la plaza y del parque, con lanzamiento masivo de gases lacrimógenos, dentro incluso de hoteles de lujo como el Divan que habían acogido a las personas que huían de los gases. Hoy están convocadas manifestaciones de apoyo en todo el país. En Estambul se está llamando a reunir un millón de personas en Taksim.


Han sido muchas imágenes las que, desde la distancia, hemos podido ver de las protestas turcas. Yo me quedo con esas abuelitas que dejaban en sus ventanas pañuelos húmedos con vinagre y limón para que los manifestantes pudieran contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos, con los tenderos que dejaban paquetes de galletas y demás provisiones en las barricadas, con los autobuseros y camioneros que atravesaban sus vehículos en mitad de la calle para proteger a la gente de los ataques policiales y, cómo no, con esa digna y poderosa imagen de aquella señora con mascarilla empuñando un tirachinas contra la policía.

En el budismo japonés se habla de satori para referirse a una iluminación súbita, que sucede de repente después de cierto tiempo dedicado a la meditación. Cuando esto sucede, se puede experimentar durante unos segundos lo que significa la iluminación, pero enseguida se vuelve al estado normal. Sería como si llegaras a una puerta cerrada y se abriera una pequeña rendija que te dejara ver un poco de lo que hay detrás, cerrándose otra vez de golpe al cabo de pocos segundos. Para mí, las sucesivas revueltas que se están produciendo desde que los pueblos árabes decidieron rebelarse contra sus tiranos y que se están extendiendo por todo el mundo (también mientras escribo esto se cumplen seis días de protestas ininterrumpidas en Sao Paulo por el aumento de los precios del transporte público) son precisamente esto: pequeños fogonazos de lucidez, que nos permiten atisbar mientras duran cómo será el futuro y que a mí, pese a las dificultades que vivimos, me dan mucha esperanza y tranquilidad. Nos ofrecen la visión de un futuro cooperativo y no competitivo, en el que la economía esté al servicio de las personas y no al revés, en el que recuperemos la conexión perdida con la naturaleza y donde seamos verdaderos partícipes en las decisiones que nos afecten, especialmente sobre los bienes del común, los bienes públicos.

Es cierto que cada una de las revueltas que se suceden por el mundo tiene sus particularidades propias, pero lo novedoso y emocionante es que, junto a esas particularidades, aparecen elementos en común. No es casual que lo primero que aparezca en todas las acampadas sea una biblioteca y un pequeño huerto. Y tampoco que aparezca también la música. Lo vimos en Madrid con la orquesta solfónica y lo hemos visto en Estambul este mismo miércoles cuando, tras la imagen de la mañana de una plaza de Taksim vacía y anegada de gases tóxicos, por la noche reunió a miles de personas alrededor de un piano, recuperando de nuevo el espacio de la mejor manera posible. Libros, plantas y música. No es poco. Los libros y la música  nos recuerdan lo que somos, aquello a lo que no queremos renunciar, lo mejor que hemos producido como humanos: el arte, la cultura, la búsqueda de la belleza. El huerto nos recuerda que, además de esto, también somos una especie animal más del planeta, con el que debemos reconciliarnos y dejar de expoliarlo. Por eso tengo esperanzas para el futuro, porque hoy en la Tierra hay millones de personas dispuestas a defender lo mejor que hemos sabido dar al mundo, frente a la mezquindad y la podredumbre ética que nos ofrece este sistema depredador en el que hace mucho tiempo que el único que manda es el dinero.

Ver los espacios públicos como Tahrir, la Puerta del Sol o Taksim transformados por unos días, sin anuncios publicitarios, sustituidos por mensajes que invitan a la lectura, a la crítica, al ejercicio de la verdadera libertad, sólo puede ser eso: un anuncio de que otro futuro no sólo es posible sino que, como decía Sampedro, es seguro.

No sé cómo terminará #occupygezi, ni que pasará con el parque, ni si lograrán la caída de Erdogan. En realidad es lo menos importante porque, pase lo que pase, nadie podrá borrar ya de los libros de historia estos dieciséis días. Dieciséis días de abuelas con tirachinas y derviches con máscara antigás. Dieciséis días de locura maravillosa.

Desde el aquí y el ahora, yo sólo puedo expresar mi profunda admiración hacia ellos y reconocer su enorme aportación a lo que será un futuro mejor, construido entre todos.

Her yer Taksim, her yer direniş!