domingo, 26 de junio de 2011

La revolución de la empatía



"Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit."

(Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro)

Tito Macio Plauto


Tenemos que volver a la naturaleza, porque la naturaleza es buena y el hombre es bueno por naturaleza

Jean-Jacques Rousseau


Que estamos ante un cambio de modelo político y social es un hecho palpable en multitud de acontecimientos a los que estamos asistiendo en nuestro planeta, desde la crisis de todo un modelo económico cuyas insuficiencias y despropósitos son cada vez menos ocultables, hasta las esperanzadoras nuevas formas de participación política de la ciudadanía que se siente cada vez más lo que nunca debió dejar de ser: el primero de los sujetos políticos.

Hace ya más de doscientos años, mientras autores como Rousseau defendían que el ser humano era bueno por naturaleza, siendo la sociedad quien lo convertía en malo, otros como Thomas Hobbes afirmaban por el contrario que el ser humano era perverso y egoísta, y que era el Estado quien debía tener el monopolio del uso de la fuerza para encauzar su comportamiento. ¿Quién de los dos tenía razón?

Lejos de mi intención contradecir a dos padres de la teoría política, a los que tanto deben los sistemas más o menos democráticos en los que hoy algunos de los habitantes de este planeta habitamos, pero creo que ninguno de ellos tenía toda la razón. A menudo escuchamos, y a raíz de la crisis que estamos viviendo es un comentario que ha ido ganando cierta presencia, que no se pueden evitar determinados comportamientos humanos que hoy están escandalosamente presentes en nuestras sociedades, tales como el egoísmo, la ambición desmesurada, el afán desmedido de poder o la avaricia sin límites. Partiendo de esa cita latina homo homini lupus que tanto gustaba a Hobbes, estas actitudes se llegan a ver como naturales para acto seguido colocarlas en el cajón de las "cosas inevitables" y, por tanto, eternas. Está en la naturaleza de las personas ser egoístas, ser avariciosas o corromperse cuando llegan a tener alguna cuota de poder así que, amigas y amigos, no intenten luchar contra eso.

Estoy de acuerdo en que estos comportamientos son naturales, pero desde luego no son humanos. Me explico. Todos tenemos pensamientos egoístas en determinados momentos de nuestras vidas. No soy antropólogo ni psicólogo social, pero entiendo que esto se debe a nuestro instinto de supervivencia innato como una especie más del planeta. Es efectivamente natural que tendamos a protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres más cercanos en momentos de temor o incertidumbre. Pero lo maravilloso del ser humano es que tenemos una mente capaz de dominar nuestros impulsos animales y por eso somos capaces de escribir poemas o sinfonías, que son actos muy poco "naturales". Tenemos, pues, dos vertientes: la natural y la racional, y ambas deben funcionar en equilibrio. El lógico instinto de autoconservación puede degenerar en el egoísmo desmesurado que lleva a determinadas personas a acaparar ingentes cantidades de dinero, riquezas y posesiones sabiendo que comparten planeta con otras que no disponen de agua corriente, medicinas o un techo bajo el que vivir. Calificar esta realidad como algo inevitable en el ser humano (además de hacernos muy poca justicia a nosotros mismos) implica justificar comportamientos que son de todo punto injustificables.

En mi opinión, lo importante no es lo que somos, sino cómo nos comportamos con los demás. Porque sí, es cierto, yo, usted que me lee y todos y cada uno de los habitantes de este planeta tenemos instintos egoístas, pero algunos los controlan e intentan hacer del mundo un lugar más agradable para vivir, y otros les dan rienda suelta y, sin duda, convierten este mundo en un lugar más difícil y, desde luego, menos humano. Hoy no me detendré en conceptos políticos para defender la pequeña revolución que está naciendo en España desde el 15 de mayo, porque lo ideal sería no detenerse en viejas dicotomías o "ismos" políticos, sino empezar a hablar de una revolución de la empatía. Actualmente, con la ingente cantidad de información a la que tenemos acceso, ponerse en el lugar del otro es más fácil que en tiempos de Rousseau o Hobbes, y de hecho muchos vibramos con los ciudadanos que lograron revertir sistemas políticos tiránicos en Túnez o Egipto, y con los que lo siguen intentando en la ya histórica "primavera árabe", y también se nos encogió el corazón ante catástrofes como el terremoto de Haití del año 2010 o el más reciente de Japón y su posterior desastre nuclear. ¿Qué tenemos en común con los habitantes de estos países? Pues algo no poco importante: nuestra propia humanidad. El mundo cada vez es más empático y, sin duda, eso redundará en que cada vez sea un mundo mejor.

Pero no sólo hablo de empatía con lo que sucede fuera de nuestras fronteras: en España hay gente que está siendo desahuciada todas las semanas y obligada a seguir pagando su deuda al banco después de entregar su casa hasta acabar en la más absoluta de las miserias, también hay extranjeros recluidos en centros de internamiento antes de ser expulsados del país, centros fuera de todo control legal e informativo y donde los derechos humanos entran en esas zonas de sombra tan peligrosas en nuestras sociedades (por desgracia, hay muchos Guantánamos), y tenemos toda una generacion que ya ve como algo normal e inevitable salir del país a buscarse la vida y, por tanto, convertirse en emigrantes. Como todos podemos ser desahuciados, como todos podemos entender lo que es ser inmigrante en otro país y como todos tenemos constancia de que nuestra dignidad y nuestros derechos son lo más importante que tenemos como personas, sólo nos queda avanzar en esta revolución de la empatía, para seguir mejorando el mundo.

Ánimo!

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