jueves, 29 de septiembre de 2016

Show me a hero and I'll write you a tragedy

A los que hayáis visto la miniserie de HBO "Show me a hero" os sonará el título de este post. A los que no, os la recomiendo como todas las demás del gran David Simon. No es que Pedro Sánchez me parezca un héroe, ni muchísimo menos, pero tampoco lo era el protagonista de la serie, basado en un personaje real, Nick Wasicsko, que llegó a ser alcalde de la ciudad de Yonkers y que, al igual que Sánchez, fue pasto de la máquina de picar carne que es un partido político de masas. Sánchez, a diferencia de Wasicsko, no llegó a tocar poder institucional alguno, pero ambos eran personajes anodinos dentro de sus partidos, con cierto atractivo físico, que fueron utilizados en un momento dado para ser candidatos y, sin solución de continuidad, defenestrados por los mismos que los auparon.

Sánchez no me parece un personaje digno de defensa. No se ha mostrado audaz más que cuando el filo de la navaja empezaba a rascarle y asomaba un hilito de sangre en su cuello. Contemporizó tanto que al final se vio arrasado por un régimen que, desgraciadamente, a día de hoy sigue manejado por personajes tan siniestros como Felipe González. El pánico cerval del sistema del 78 a que Podemos toque poder llevó a Sánchez a pactar con la derecha de C's y después tratar de presionar a la izquierda de Podemos, en lugar de hacerlo al revés como la lógica, la aritmética y el propio corazón de la izquierda hubieran pedido. Se plegó también al discurso de que no se podía siquiera hablar con nacionalistas catalanes o vascos mientras el PP nos hacía tragar como si tal cosa que Ana Pastor fuera nombrada presidenta del Congreso con los votos de esos mismos nacionalistas catalanes y vascos. Parece que estuvo a punto de plegarse también al discurso que le exigía la abstención frente a Rajoy en segunda votación de investidura pero ahí hubo un viraje y se salió del guión. A partir de ese momento, Sánchez se convierte en una interferencia para el sistema. Empiezan a aparecer editoriales en El País que lo destrozan (el historial de editoriales golpistas en El País, tanto de consumo interno como para las aún consideradas por el diario como provincias de Ultramar, es ya largo), los tertulianos de la peor derecha mediática empiezan a descubrir su amor por Felipe González y Susana Díaz y empieza a crearse ese clásico en España: la unanimidad de los medios, el rodillo cuando algo no les gusta y consideran que hay que acabar con ello (en ese sentido, los medios españoles son un órgano más del régimen, el único, podríamos decir, que aún funciona bien). Lo utilizan con Podemos cada vez que hay elecciones y no han dudado en utilizarlo con Sánchez. El miércoles 28 de septiembre, Felipe González es entrevistado en la Ser y dicha entrevista actúa como silbato de ultrasonidos para que grupillos de perritos falderos actúen por la tarde a las órdenes del capo. Adiós, Pedro Sánchez. Ya no nos gustas y el cuerpo nos pedía hacerte otro tamayazo. Esa misma tarde-noche, Felipe González desde Chile (ya sabemos de él que prefiere el Chile pinochetista a la Venezuela de Maduro) responde a los periodistas entre risas que él no es Dios. Escena truculenta y diálogo que suena a advertencia para aquellos que hemos intentado tumbar este régimen y no hemos podido, ahí sigue Felipe con sus gafas de sol, sus amigos contrabandistas y sus fosas comunes para pararnos los pies. Por la tarde en La Sexta y por la noche en 13TV entrevistan a Corcuera. A Corcuera! Y pide encarecidamente que se deje gobernar a Rajoy y defiende a Rita Barberá. Así estamos en España en 2016.

Lo que sucede en el PSOE tiene dos vertientes. Una es fundamental y es la crisis de la socialdemocracia en Europa que se hunde en sus propias contradicciones, empeñada en decir que gobierna para la gente mientras ejecuta escrupulosamente políticas dictadas por la troika. Lo vimos con Blair en Reino Unido, lo vemos en Francia cuando el gobierno Valls aprueba una reforma laboral basada en la española del PP, lo vemos con el PASOK griego, quizá el más próximo al PSOE en cuanto a su descomposición. Frente a ello, las clases populares, que se ven desprotegidas, abandonan esos partidos socialdemócratas y se refugian en otras opciones: en la mayoría de países europeos esas opciones están pasando por la extrema derecha: Francia, Holanda, Alemania, Hungría... Sólo España ofrece un modelo diferente, muy probablemente por la ruptura que supuso el 15M. Somos el único país donde la alternativa política a un sistema que está diseñado por y para los intereses financieros se ha articulado a través de un partido de izquierda. En eso seguimos siendo un ejemplo a seguir. Muchos estamos frustrados por no haber podido hacer más frente a este sistema podrido y nos frustramos más cada noche electoral cuando vemos que una mayoría social sigue votando a criminales. Pero tener 5 millones de votos y 71 diputados con un partido de izquierda alternativa es histórico y me consta que muchas izquierdas europeas nos miran con envidia y esperanza. Podemos fue un rayo de luz no sólo para mucha gente en España sino también en Europa: nos miraban en Reino Unido, en Francia, en Italia... Hoy todo parece algo más oscuro, pero no desperdiciemos lo que tenemos.

La segunda vertiente de lo que le sucede al PSOE es interna. El partido se está convirtiendo en un partido regional de Andalucía y Extremadura. Una especie de Convergencia i Unió del sur de España. Pero intentan seguir actuando como un partido estatal de mayorías. Un partido que gobernó Euskadi y ha llegado a tener la hegemonía en el poder local catalán (y a veces también en el autonómico) hoy es irrelevante en ambos territorios. Como el PP. Porque ambos tienen exactamente el mismo discurso en cuanto a la cuestión territorial. El PP se ha dado cuenta de que puede gobernar España sin Euskadi y Cataluña. El PSOE no puede. Y no se da cuenta. Susana Díaz está convencida de que se presentará a las generales y sacará un resultado como el de Felipe en el 82. Muy probablemente quedaría por debajo de los 85 de Sánchez. El PSOE se ha ido tanto a la derecha que ha perdido contacto, en primer lugar, con su propia militancia y, en segundo lugar, con el propio país. No entiende España, ni las desigualdades brutales que han surgido desde 2011 ni la necesidad de una nueva articulación territorial. 

El espectáculo al que estamos asistiendo estos días con el affaire Sánchez no se trata de una lucha por el poder en el PSOE. Si Sánchez hubiera dejado gobernar a Rajoy, hoy seguiría siendo secretario general y los barones sonreirían y le harían la pelota sin rubor. Se trata de la lucha por la gestación de una gran coalición neoliberal en España al servicio de la troika. Algo, por tanto, histórico. De ahí el lío mediático y el histerismo de tantos que la llevan anhelando hace meses. Está siendo un parto difícil pero parece que la criatura, aún con fórceps golpista (un método de alumbramiento que en España es muy utilizado), está saliendo. No hay un nervio social que pueda imperdirlo por el momento, así que Felipe y compañía siguen haciendo y deshaciendo a su antojo, despreciando al pueblo y sirviendo como mayordomos millonarios a sus amos banqueros, como siempre ha hecho la España oficial frente a una España popular que raras veces se ha alejado del "vivan las caenas".

Muchas cosas han pasado desde 2011. Muchas frustraciones y alguna que otra alegría. Pero cinco años no es nada en un ciclo histórico de cambio de época como el que vivimos. Sólo unas pocas cosas de las que estamos viendo quedarán en los libros de historia. Una será el 15M. El 28 de septiembre de 2016 será otra. Los dos lados del péndulo. Robespierre y Napoleón. Pero nos quedan muchas cosas por ver, llegarán más lentas de lo que querríamos muchos, pero llegarán.