martes, 21 de junio de 2011

Que treinta años no es nada...

No hay nada que esté siendo más divertido en este lúcido, maravilloso y refrescante mes que la desorientación de todo el establishment español ante un movimiento que no controlan, al que no saben cómo dirigirse y frente al que siguen utilizando léxico y códigos del siglo pasado. Los viejos padres de la patria, que nos vendieron esa Transición lampedusiana en la que todo cambiaba para que todo siguiera igual, han pasado de la condescendencia inicial del “son cuatro gatos” al “¿pero quién es vuestro portavoz?”, pasando por “no tienen objetivos claros” para llegar a "los políticos tenemos que tomar nota de algunas cuestiones" (Sáenz de Santamaría dixit). Genial, ¿no?

No descubro nada nuevo si digo que la Transición española dejó mucho que desear en muchos aspectos, pero desde el principio se nos vendió como un proceso ejemplar, que aparecía en la portada del New York Times, de la mano de un rey Juan Carlos I que daba discursos en el Congreso de Estados Unidos para vender el producto. Más de treinta años después la cosa empieza a chirriar:

- Primer chirrido: Si ya resultaba ridículo el veto informativo y de opinión sobre la familia real y todo lo que la rodeaba (presupuesto incluido), ahora ya rozan lo grotesco las cada vez más usuales salidas de pata de banco del monarca (¿por qué no te callas? a un jefe de Estado en una cumbre internacional, al mejor estilo de los sargentos chusqueros, y las recientes broncas a los periodistas por hablar de su estado de salud) y de su hijo, que si te dedica un minuto de su real tiempo, es sólo para que tengas un minuto de gloria.

- Segundo chirrido: En la Administración de Justicia española actual (sí, a 20 de junio de 2011) aún hay jueces y magistrados que juraron los Principios Generales del Movimiento cuando empezaron a trabajar. Si a esto le unes un sistema de nombramiento para los grandes órganos judiciales del Estado (Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo) basado en la propuesta de candidatos por parte de los partidos políticos, nos encontramos con situaciones tan edificantes como que hace unos días tres magistrados presentaran su renuncia en el TC, porque su renovación debería haberse producido seis meses atrás. Por cierto, esos partidos políticos son los mismos que corren prestos a los micrófonos a reclamar respeto a las sacras e intocables instituciones democráticas en cuanto alguien que no conocen se sale del tiesto, faltaría más.

- Tercer chirrido: La Iglesia católica sigue recibiendo en España un trato de favor (más de 6000 millones de euros al año) y unos privilegios (exención de impuestos varios, por citar uno) inexplicables en cualquier país aconfesional. También en el año 2011 tenemos que aguantar que el presidente de las recién formadas Cortes valencianas, señor Juan Cotino, plante un crucifijo en la sesión de investidura y ni un solo diputado se plante, abandone la Cámara o solicite inmediatamente la retirada de un símbolo religioso de un lugar público y, por tanto, de todos.

- Cuarto chirrido: En el no muy edificante pero valioso para extraer alguna enseñanza siglo XIX español, donde las tasas de analfabetismo eran sonrojantes, se estableció un sistema parlamentario basado en el turnismo, según el cual liberales y conservadores se turnaban en el poder mediante elecciones amañadas. Qué gran historia la española, ¿verdad? Yo hace mucho que dejé de reírme del chiste de que el sistema ofrezca como únicas alternativas del señor Zapatero a los señores Rajoy o Rubalcaba.

Llevamos oyendo estos chirridos más de treinta años porque, aunque algunos lo traten de evitar, de vez en cuando las puertas de las habitaciones de la casa se abren y se cierran (y de algunas sale un olor que levantaría a Drácula de la tumba, pero de día). Y los oídos empiezan a doler. Y los argumentos son cada vez más insostenibles.

Lo que se está demostrando todas estas semanas es que, aunque trate de ofrecer una imagen de fortaleza, el sistema es en realidad un castillo de naipes que todos sostenemos con nuestros miedos cotidianos, y que si sumamos cada vez más espíritus, tarde o temprano cambiará, porque le empiezan a faltar argumentos, y los que tiene empiezan a caer por su propio peso. ¿Hasta cuándo piensan que podremos soportar lecciones económicas de un señor como Emilio Botín, procesado ya en demasiadas ocasiones por evasión fiscal? ¿De verdad se creen los responsables de una televisión pública como Telemadrid que es posible manipular a ciudadanos libres emitiendo imágenes de las movilizaciones griegas diciendo que son de Barcelona? ¿Es posible que a día de hoy un periódico como La Razón presente en portada una fotografía burdamente retocada de la movilización del 19J en Madrid?

El sistema capitalista, pese a todos los miedos que imprime en el personal, basados en hipotecas, despidos, desahucios, crisis alimentarias o epidemias varias, es a su vez un sistema profundamente miedoso, porque se sustenta en el humo, en la nada. ¿Qué son sino humo los números que flotan en cualquier bolsa del mundo y que se ponen verdes o rojos dependiendo de lo que ese día le dice Sarkozy al oído a Merkel en la reunión de turno del Consejo Europeo? ¿Qué son sino nada las imposiciones que aparecen en los millones de pantallas de ordenador de los millones de empleados de banca del mundo? ¿Existe ese dinero? Frente a ese éter inestable y que tiembla si un volcán entra en erupción en Islandia o si un pepino contaminado aparece en un restaurante alemán, las movilizaciones y acampadas ciudadanas de estas semanas ofrecen algo contra lo que el sistema no puede luchar: realidad. Y le asusta.

Estamos en el buen camino.

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