domingo, 16 de junio de 2013

Homenaje a #occupygezi

Llevaba muchos meses sin dedicarle un tiempo a este blog. Quizá sea porque en España hace mucho que hemos entrado en un bucle en el que nada cambia y todo lo que opino sobre lo que está pasando aquí ya lo he escrito en este espacio, y tampoco me gusta repetirme. Pero sí me apetecía mucho escribir sobre Turquía -país en el que tuve la suerte de vivir y en el que conservo amigos, recuerdos y lugares- y sobre todo lo que se está viviendo allí estos días.

Mientras escribo estás líneas la plaza Taksim y el parque Gezi se encuentran vacías. Ayer el gobierno de Erdogan desalojó brutalmente todo el espacio de la plaza y del parque, con lanzamiento masivo de gases lacrimógenos, dentro incluso de hoteles de lujo como el Divan que habían acogido a las personas que huían de los gases. Hoy están convocadas manifestaciones de apoyo en todo el país. En Estambul se está llamando a reunir un millón de personas en Taksim.


Han sido muchas imágenes las que, desde la distancia, hemos podido ver de las protestas turcas. Yo me quedo con esas abuelitas que dejaban en sus ventanas pañuelos húmedos con vinagre y limón para que los manifestantes pudieran contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos, con los tenderos que dejaban paquetes de galletas y demás provisiones en las barricadas, con los autobuseros y camioneros que atravesaban sus vehículos en mitad de la calle para proteger a la gente de los ataques policiales y, cómo no, con esa digna y poderosa imagen de aquella señora con mascarilla empuñando un tirachinas contra la policía.

En el budismo japonés se habla de satori para referirse a una iluminación súbita, que sucede de repente después de cierto tiempo dedicado a la meditación. Cuando esto sucede, se puede experimentar durante unos segundos lo que significa la iluminación, pero enseguida se vuelve al estado normal. Sería como si llegaras a una puerta cerrada y se abriera una pequeña rendija que te dejara ver un poco de lo que hay detrás, cerrándose otra vez de golpe al cabo de pocos segundos. Para mí, las sucesivas revueltas que se están produciendo desde que los pueblos árabes decidieron rebelarse contra sus tiranos y que se están extendiendo por todo el mundo (también mientras escribo esto se cumplen seis días de protestas ininterrumpidas en Sao Paulo por el aumento de los precios del transporte público) son precisamente esto: pequeños fogonazos de lucidez, que nos permiten atisbar mientras duran cómo será el futuro y que a mí, pese a las dificultades que vivimos, me dan mucha esperanza y tranquilidad. Nos ofrecen la visión de un futuro cooperativo y no competitivo, en el que la economía esté al servicio de las personas y no al revés, en el que recuperemos la conexión perdida con la naturaleza y donde seamos verdaderos partícipes en las decisiones que nos afecten, especialmente sobre los bienes del común, los bienes públicos.

Es cierto que cada una de las revueltas que se suceden por el mundo tiene sus particularidades propias, pero lo novedoso y emocionante es que, junto a esas particularidades, aparecen elementos en común. No es casual que lo primero que aparezca en todas las acampadas sea una biblioteca y un pequeño huerto. Y tampoco que aparezca también la música. Lo vimos en Madrid con la orquesta solfónica y lo hemos visto en Estambul este mismo miércoles cuando, tras la imagen de la mañana de una plaza de Taksim vacía y anegada de gases tóxicos, por la noche reunió a miles de personas alrededor de un piano, recuperando de nuevo el espacio de la mejor manera posible. Libros, plantas y música. No es poco. Los libros y la música  nos recuerdan lo que somos, aquello a lo que no queremos renunciar, lo mejor que hemos producido como humanos: el arte, la cultura, la búsqueda de la belleza. El huerto nos recuerda que, además de esto, también somos una especie animal más del planeta, con el que debemos reconciliarnos y dejar de expoliarlo. Por eso tengo esperanzas para el futuro, porque hoy en la Tierra hay millones de personas dispuestas a defender lo mejor que hemos sabido dar al mundo, frente a la mezquindad y la podredumbre ética que nos ofrece este sistema depredador en el que hace mucho tiempo que el único que manda es el dinero.

Ver los espacios públicos como Tahrir, la Puerta del Sol o Taksim transformados por unos días, sin anuncios publicitarios, sustituidos por mensajes que invitan a la lectura, a la crítica, al ejercicio de la verdadera libertad, sólo puede ser eso: un anuncio de que otro futuro no sólo es posible sino que, como decía Sampedro, es seguro.

No sé cómo terminará #occupygezi, ni que pasará con el parque, ni si lograrán la caída de Erdogan. En realidad es lo menos importante porque, pase lo que pase, nadie podrá borrar ya de los libros de historia estos dieciséis días. Dieciséis días de abuelas con tirachinas y derviches con máscara antigás. Dieciséis días de locura maravillosa.

Desde el aquí y el ahora, yo sólo puedo expresar mi profunda admiración hacia ellos y reconocer su enorme aportación a lo que será un futuro mejor, construido entre todos.

Her yer Taksim, her yer direniş!


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