martes, 2 de agosto de 2011

Hacia un movimiento global

Estamos viendo estos últimos días cómo la crisis que nos afecta ya no es tanto una crisis económica, sino una pugna entre dos modelos de entender la organización política y económica del mundo. Uno sería el clásico modelo social-demócrata keynesiano, que trata de corregir los desequilibrios que provoca la economía intentando una redistribución de la riqueza, y otro es el neoliberal, que sueña con un mercado libre sin restricciones donde prime el darwinismo social y sólo los más fuertes sobrevivan. Lo novedoso de esta pugna (que en realidad existe desde hace décadas) es que es la primera vez que se desarrolla en un mundo conectado e hiperinformado, lo cual lleva a que se generen fácilmente corrientes de solidaridad entre ciudadanos de los rincones más alejados del mundo.

Lo hemos visto primero con las revueltas árabes. Frente a la torpeza e inoperancia de los dirigentes occidentales a la hora de analizar estos movimientos, la ciudadanía europea enseguida vio en ellos un motivo para la esperanza, una nueva ilusión en un mundo que cada vez estaba más desilusionado. Pocas cosas pueden emocionar más que ver un pueblo que hace realidad sus deseos de manera pacífica frente a un tirano. El efecto dominó fue pronto una realidad en todo el Magreb y el Mashreq, pasando de Túnez a Egipto para después instalarse en la península arábiga con los ejemplos de Bahrein o Yemen, y también en la fachada oriental del Mediterráneo, donde actualmente el régimen sirio masacra a sus ciudadanos por hacer lo mismo que ya hicieron los egipcios y los tunecinos.

Pero no se detuvo ahí la ola, y unos tres meses más tarde de la revuelta egipcia, asistimos en España al nacimiento del movimiento 15-M, que se ha ido mostrando cada vez más influyente en la política española y en el único foco de esperanza para muchas personas que realmente creen (creemos) que un mundo más vivible es posible. Este movimiento, a su vez, ha servido para apoyar los surgidos en Grecia a raíz de su rescate económico, y hace pocos días veíamos como varios miles de ciudadanos se manifestaban en Israel contra las condiciones sociales del país.

Esto no es nada extraño. Parece bastante claro, aunque los medios de comunicación, los grandes partidos políticos y los intereses económicos se empeñan en cegarnos con otros cebos, que los grandes problemas que afectan hoy al ciudadano medio de cualquier país no provienen mayoritariamente de conflictos entre naciones, ni de luchas por territorios, sino de las diferencias entre ricos y pobres. A lo largo de la historia, los privilegiados siempre han luchado por mantener el status quo defendiendo sus privilegios, y también a lo largo de la historia, cuando la humanidad ha avanzado ha sido a costa de arrebatar a esos grupos sus privilegios. En la crisis actual no es que estén luchando por mantener sus privilegios, es que los están aumentando descaradamente delante de la mayoría de los ciudadanos a los que se les imponen continuos recortes y sacrificios en su nivel de vida. Ayer mismo leía que, en el caso de España, mientras los sueldos de los directivos de las empresas del Ibex 35 habían subido de media un 17%, los de los trabajadores de esas mismas empresas lo habían hecho un escaso 1%. Esto, en una situación de presunta crisis económica, es inadmisible. Y su aparición en los medios de comunicación junto a otras noticias de EREs, desahucios y redadas racistas, lo hace absolutamente obsceno.

Como digo, no es una situación exclusivamente española. El triste episodio de las negociaciones para subir el techo de deuda en Estados Unidos al que estamos asistiendo en los últimos días es un ejemplo más. El sector más duro del partido republicano, el Tea Party, impone su radical y premoderna noción del no-Estado para obligar a toda la Cámara de Representantes y a todo el Senado a aprobar un plan de recorte en el gasto público que afectará principalmente a las clases medias y bajas de la sociedad, y de paso obliga al presidente Obama a olvidarse de aquello de subir los impuestos a los más ricos, faltaría más.

Este sistema diabólico en el que todos estamos metidos ha creado monstruos tan poderosos que muy pocos son capaces de plantarles cara. Porque si Obama insinúa que va a subir los impuestos a los ricos, enseguida recibe llamadas que le dicen que no les importará hundir el país si sigue con esa idea. Lo mismo cabe decir de Zapatero, ese triste adalid de la causa social que de repente vio que no había más salida que congelar pensiones, bajar el sueldo a los funcionarios y eliminar el Impuesto sobre el Patrimonio. El capitalismo ha establecido su propia gobernanza global, que está muy lejos de los gobiernos democráticos y muy cerca de los consejos de administración de las grandes multinacionales. Es muy fácil, por ejemplo, descargar toda la responsabilidad de que en España haya casi 5 millones de parados en el gobierno de turno, pero ¿quiénes son los que realmente crean empleo? ¿Quién tiene la decisión final de contratar? Las grandes empresas tienen el poder de hundir la economía de un país sólo para cambiar un gobierno y lo mismo cabe decir de esos oscuros grupos de poder como el Tea Party, que mantienen en vilo a todo un país para favorecer los intereses de una minoría rica y privilegiada. Esta es la absurda situación en la que este sistema favorecedor de la avaricia y la ganancia económica sin límites nos ha metido.

Motivos para la esperanza: muchos. El fundamental es que poco a poco todos nos vamos dando cuenta de esta farsa. Y nos vamos dando cuenta en todo el mundo. Los amos del cortijo son poderosos, es cierto, y tienen armas convincentes para muchos: el miedo, la resignación, la desesperanza. Pero estas armas no tienen nada que hacer frente a otras como la ilusión, el valor y la esperanza en un mundo mejor. Sonará ingenuo, pero los seres humanos somos capaces de organizarnos mucho mejor de lo que lo estamos ahora. Nada es intocable y cuando se demuestra que algo no funciona, hay que cambiarlo. Los poderosos seguirán tensando la cuerda, porque su ceguera avariciosa no tiene límites. Nada tienen que hacer si toda la ciudadanía mundial hace oir su voz. Desde Estados Unidos a China. Porque la frivolidad de unos pocos no puede regir los destinos de toda la humanidad.

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