Pues ya tenemos nuevo presidente en Cataluña y, oh sorpresa,
vuelve a ser un presidente de CDC. Ni
siquiera de ERC, ni siquiera un “independiente”. La diferencia no sería mucha ya que el
consorcio JxS no deja de ser un ómnibus neoliberal pero al menos ofrecería una
cierta ilusión de cambio. Ni eso nos han regalado los prohombres representantes
de esas 400 familias que, no sólo mandan publicando sus normas en el DOGC, sino
también aleccionándonos moralmente. Pudimos verlo este mismo domingo en el
acuerdo firmado entre JxS y CUP que, conforme avanza por los distintos puntos,
se va transformando de un acuerdo de investidura en un cilicio en prosa. Enric Juliana habla
de la gente de la CUP como franciscanos políticos y a ciertos franciscanos eso
del "Penitenciagite, Penitenciagite", pues les pone.
Tampoco invento nada si digo que en la política catalana el
relato no es que sea importante, es que es importantísimo. Mucho más, si cabe,
que las acciones políticas en sí. El relato lo domina todo: las teles públicas,
los periódicos paniaguados y los Marhuendas patrios (que los hay) se encargan
de vociferarlo. ¿Y qué nos viene a decir el relato mainstream catalán impuesto
desde 1978 por CDC y sus mariachis? Pues algo que, creo, en cualquier otro
lugar del mundo con una prensa relativamente libre y una sociedad civil digna
de tal nombre, duraría lo que un bizcocho en la puerta de un colegio. El
mensaje es, atención: Cataluña es un lugar que ansía cambios. No sólo eso, es
el motor del cambio político en España. Ahora ya incluso quiere la
independencia. Casi ná. Pero, curiosamente, y a la vez, se empeña en permanecer
siendo un reducto neoliberal gobernado por la misma derecha desde 1978
(considero los dos tripartitos un paréntesis de quiero-y-no-puedo precisamente
por subordinarse sus miembros al marco hegemónico en lugar de intentar romperlo). CDC ha gobernado 28 de los 37 años de “democracia” que
llevamos, y de momento, ya han logrado un año más.
Desde que comenzó la mal llamada crisis económica allá por
2008, en España hemos asistido a ver cómo gente se tiraba por la ventana por la
asfixia de los bancos, ancianos analfabetos estafados con preferentes, despidos
masivos e infinitos casos de robo de dinero público a manos llenas por parte de
nuestros “representantes”. Ocho años ya. También hemos vivido un 15 M, que
introdujo, por primera vez en el país desde 1978, una remodelación de marcos mentales
y políticos desde abajo cuyos efectos, afortunadamente, aún perduran si bien no
han sido suficientes para tumbar al régimen.
En estas llegamos a enero de 2016 en Cataluña, y nos
encontramos con que, en el lugar que (dice que) ansía más cambios, que se autoerige
en la brújula que nos guiará a todos contra la monarquía bubónica (me lo
apropio, Beiras me lo perdonará), que se vende al mundo como ejemplo de
desobediencia civil y democrática, vamos e investimos a un presidente cuyos
hitos políticos han consistido en poner candados en los cubos de basura de
Girona para que los pobres no rebuscaran comida dentro y dieran mala imagen,
asistir a beatificaciones de monjas franquistas con el ministro Fernández Díaz
y cargar a la factura del agua la compra por el Ayuntamiento de obras de arte.
Y claro, cualquiera de fuera del ecosistema me dirá: no
cuela. Bueno, pues sí cuela. Ha vuelto a colar. Mucha artillería hay que tener
para que cuele. Y la tienen. Voy a tratar de explicarlo. Soy madrileño. Vivo en
Cataluña hace 8 años. Cuando llegué a Barcelona me encantaba la CUP y tenía esa
imagen de Cataluña como lugar alejado
de la cutrería política española, con cierto espíritu revolucionario, antipepero... En fin, que
me había creído eso del “oasis”. Porque, y esto a mí al menos me parece muy
acojonante, el régimen.cat (esto es otra apropiación, gracias Guillem Martínez)
no sólo emite hacia dentro, también emite hacia fuera, y existe en Madrid toda
una cohorte de izquierda guay que, para demostrar su pedigrí, debe defender a
capa y espada a las izquierdas alternativas periféricas, ya sabéis, que si no
eres un españolazo facha, franquista y bla, bla, bla. Defender implica defender a tope o, como mucho, callar si la cosa ya es tan escandalosa y se te sale tanto de la ógica que te estalla el cerebro si le das sólo un par de vueltas. Yo era bastante así.
He asistido a más manis en Barcelona en ocho años que en
Madrid en toda mi vida. He ido a todas las que he podido, a muchas, muchas con
cuatro gatos mal contados tirando huevos a la sede del PP de calle Urgell con
mossos superándonos claramente en número (qué curioso, nunca vi manis indepes
ahí, pero ese es otro tema). Y en muchas de esas manis me encontraba con David
Fernàndez o Ada Colau, y me gustaba. Me emocioné con la sandalia de David a
Rodrigo Rato y me encantó que le llamara mafioso a la cara, y también con la
intervención de Ada en el Congreso contra el representante de la banca.
Sin embargo, hay un punto de inflexión que me hace empezar a
salir de la hipnosis (vamos a llamarlo así) y es el tremendo (porque fue tremendo)
rapapolvo que echó Jordi Pujol a todos (A TODOS) los diputados del Parlament en
la Comisión de investigación contra la corrupción. No sólo fue el rapapolvo,
frente al que todos callaron o, a lo sumo, balbucearon algún sinsentido, sino el besamanos que se
produjo después delante del atril del capo. La primera que se levantó a besar
al padrino, Marta Rovira de ERC.
Después vino el abrazo fraterno entre David Fernàndez y
Artur Mas, que fue defendido con uñas y dientes por los palmeros cuperos como
un detalle que no les gustaba, pero que no era para tanto (lo oiréis mucho esto
en la izquierda indepe catalana: “oye, no me gusta ni me entusiasma, pero...”), y
luego otro abrazo, y otro, y otro... El último en una charla organizada por el
diario indepe Vilaweb (a partir del minuto 46, mírala aquí) donde el entonces MHP aleccionaba a DF
sobre cuál debía ser el papel de la CUP ante las “plebiscitarias” del 27S:
básicamente depurar disidentes y laminar al que se separase "un milímetro" del eje nacional.
En estos tres últimos meses, uno de los principales
defensores, no ya de que CDC siguiera cortando el bacalao en Cataluña, sino de
que lo siguiera haciendo el propio Artur Mas, fue David Fernàndez, y en un
premonitorio artículo en Ara “recomendó” a la CUP dar dos votos “al Procés”
(Artur Mas pasó a llamarse Procés en ese momento).
Se cuentan muchas cosas por aquí, y como siempre, con el
búnker informativo que sufrimos, tanto en Barcelona como en Madrid, no nos
enteramos ni de la misa la mitad. Se dice que CDC financió a la CUP en sus inicios,
que el propio Fernàndez se reunió con Jordi Pujol para explicarle qué era
aquello del 15M... Como decía el mismo Pujol “diuen, diuen, diuen...”. Yo creo
que la realidad incluso supera eso, pero es sólo una impresión, claro. Creo
inverosímil firmar algo como lo que ha firmado la CUP sin que haya algo más
detrás. ¿El qué? Ni lo sé ni me interesa. Me alegro de no ser parte de ello.
Allá ellos con su responsabilidad.
Sí tengo algunas cosas claras porque lo viví: sé que,
después de Madrid, probablemente el lugar donde el 15M recibió mayores ataques
de los poderes dominantes fue Barcelona. Y con poderes dominantes aquí me
refiero al independentismo hegemónico, que nunca tragó un movimiento que era
realmente espontáneo y congregaba a esos a los que, ni CUP mediante, ellos
logran llegar: las clases populares urbanas. Carod Rovira nos recomendó
amablemente que nos fuéramos a mear a España.
El éxito del discurso hegemónico catalán es que lo emite la
derecha y lo compran amplísimas capas de la izquierda, incluso de la izquierda
alternativa. Y lo acabamos de ver con la CUP, que estaban tan indignados con
que un conseller de ICV mandara a sus policías a apalearnos que han acabado por
investir a un presidente de CDC, hombre ya.
La CUP es la última fuerza política en Cataluña. Lo petan en
Sant Cugat y el barrio de Gràcia pero no se comen un colín en el que debería
ser su granero fundamental de votos: los barrios obreros de las ciudades. David
Fernàndez se consagró como factótum del régimen presidiendo con orgullo una
comisión de investigación (¡una comisión de investigación! ¿Desde cuándo ese
artefacto sirvió de algo en España?) en el Parlament donde lo que pasó a ser
más interesante en la izquierda indepe era qué camiseta llevaba David ese día.
Volviendo a la sandalia de Rato, hace tiempo que caí en la cuenta de que sí, se
la sacó a Rato (que en Cataluña pinta poco) y le llamó mafioso a la cara, pero
nunca hizo un gesto ni remotamente parecido con ningún mafioso local, y mira
que los hay. A Pujol fue a recogerle a
la puerta del Parlament y le acomodó en su silla amablemente. Para él no había
sandalia. No las habrá nunca.