Mucho se ha escrito de aquel 23 de febrero de 1981 y también de los meses previos, en los que los continuos atentados de ETA, la presión de los militares y un Gobierno cada vez más debilitado por la soledad de Suárez hicieron que empezara a prosperar en el entorno de Zarzuela una idea que el rey no veía con malos ojos: el establecimiento de un gobierno de concentración nacional dirigido por una "personalidad relevante". En los planes de conspiradores derechistas esta personalidad no era otra que el general Armada, que quedaría cómodamente depositado en el poder después de la asonada, contando con Felipe González, Manuel Fraga o Santiago Carrillo entre sus ministros. Muchos autores refrendan esta versión, así como la connivencia de la Casa Real con esta componenda, en aras de dos mantras que se han repetido hasta la saciedad desde la Transición: la estabilidad y la unidad del Estado. Sin embargo, cuando el rey se vio sobrepasado por el folklore de un guardia civil dando tiros y cargándose el estuco del Congreso, se echó atrás y apareció en televisión oponiéndose al golpe, eso sí, seis horas después del mismo.
Ese gobierno de unidad nacional no parece, pues, una solución no prevista por el aparato transicional (si se me permite el concepto) que construyó este chiringuito, por aquellos padres de la patria que aún hoy nos enseñan a todos los inmaduros ciudadanos en qué consiste la democracia y cuáles son los límites de nuestros derechos. Pues bien, 34 años después del nacimiento de nuestra Carta Magna y en medio de una crisis económica que devora gobiernos cuando dejan de serle útiles, El País publica con fecha 17 de mayo de 2012
este editorial, donde recomienda establecer un gran
pacto de Estado (otro concepto falsamente prestigiado desde las cloacas del establishment) entre PSOE y PP, de forma que ambos aparquen sus diferencias y se pongan a trabajar juntos en beneficio del país. El 16 de mayo,
Rubalcaba ya había ofrecido ese mismo pacto al PP.
En los códigos que se nos han ido trasmitiendo desde la muerte de Franco a los "demócratas" hay uno que goza de un especial prestigio entre la ciudadanía: el que afirma que, en condiciones de especial dificultad, los dos partidos que llevan 30 años turnándose en el poder deben olvidar sus cuitas y trabajar juntos. Interesa al poder político seguir vendiendo que cada uno de esos partidos representa a cada una de las cacareadas "dos Españas" irreconciliables y crear una continua (y profundamente falsa) confrontación entre ellos en temas como la unidad de la patria, la corrupción o la educación para la ciudadanía. Una de las virtudes del movimiento 15M ha sido sacar a la luz aquellos temas donde ambos partidos nunca discuten: tumbar proposiciones de ley sobre dación en pago, prohibir preguntas sobre el rey en el Congreso o arreglar "reformas" financieras con inyecciones millonarias de dinero público, entre otras muchas.
Se nos vende como una solución revolucionaria e inédita en España el supuesto acuerdo entre los dos grandes partidos cuando, de hecho, ese acuerdo ya existe desde hace 30 años, ¿o alguien atisba alguna diferencia entre la política económica del PSOE, con sus reformas constitucionales exprés y sus indultos a banqueros y la actual del PP? Y, por supuesto, dicho gran acuerdo de Estado se destinaría a seguir aplicando con más ahínco y precisión las recetas de BCE y FMI, eso sí, ahora ya sin que exista siquiera la apariencia de una oposición política y con vía libre al poensamiento único.
Desde estas líneas hago dos vaticinios. Uno es que en los próximos meses, y conforme la situación no salga de su estancamiento y la paciencia vaya decayendo incluso entre la siempre optimista derecha española (el optimismo de los amos del cortijo), cada vez se oirán más este tipo de planteamientos en los grandes medios. El otro es que la ciudadanía, lejos de oponerse a semejante aberración, la aplaudirá y acabará implorando a sus disolutos representantes que se unan en un todo. Por fin asistiremos al bautizo de un niño nacido hace 30 años y que no ha dado más que alegrías a sus progenitores: el PPSOE.