Ya tenemos gobierno y, por primera vez en la historia, sustentado en una gran coalición neoliberal, con dos patas fundamentales, PP y PSOE, y una accesoria, C's, que desaparecerá en breve una vez cumplida su función: frenar a Podemos.
Pero también tenemos otras cosas. Por ejemplo, una ruptura de los grandes mantras que dominaban el discurso político desde la Transición. Uno de ellos es el del consenso, que revestía de prestigio (de manera quizá única en Europa) la laminación de la pluralidad política. Todo acuerdo en favor de la "gobernabilidad", la "estabilidad" o el "interés general" (otros grandes palabros del régimen) era y es loado por los grandes medios de comunicación aunque el mismo implique la desaparición de la disidencia. Desde el 78, como Rajoy se ha encargado de recordar al PSOE en esta última sesión de investidura, PP y PSOE han llegado a grandes "pactos de Estado" que se encargaban de fijar el marco de lo aceptable para el régimen. Hace 10 años solían quedar fuera de ellos minorías que no atemorizaban (al contrario, reforzaban) al régimen: la izquierda abertzale o ciertos ámbitos del independentismo catalán, quedando así el resto (los "demócratas") dentro y definiendo claramente entre los buenos y los malos. La tensión territorial nunca fue un tabú para el R78, y hoy es uno de los escasos resortes que aún le chuta un poco, gracias a la inestimable colaboración del establishment catalán y sus partidos vasallos, CDC y ERC.
El pacto de la Transición se basó en dos desmantelamientos en el seno de la izquierda: el del PCE, llevado a cabo por Santiago Carrillo (se atribuye a Felipe González esa maldad que dice que Carrillo logró en un par de años lo que Franco no consiguió en 40: acabar con el PCE) y el del PSOE, ejecutado por un grupo de jóvenes encabezados por Felipe González, formados en fundaciones alemanas y que liquidaron también en cuestión de dos años al viejo PSOE en el exilio de Llopis y compañía. Hoy, casualmente, González y Carrillo son las dos figuras más reivindicadas por las tres patas de la gran coalición: PP, PSOE Y C's (no se me olvida la ardorosa defensa que hizo Albert Rivera en la primera sesión de investidura del antaño "asesino de Paracuellos"). Santiago Carrillo dijo que sí a todo lo que se le puso sobre la mesa y, como premio, aguantó que le llamaran asesino hasta que murió. Así quiere la derecha española a la izquierda.
Sin embargo, por primera vez en 40 años aparece un partido de izquierda alternativa, Podemos junto a las confluencias, que dice NO. Dice NO, en primer lugar, a un pacto PSOE-C's que pretendía hacer pasar por medidas de "progreso" la subida del SMI en seis euros al mes y no tocar una legislación hipotecaria decimonónica escrita por y para los bancos que nos hace ser la vergüenza de Europa. Por supuesto, también dijo NO al pacto PP-C's, que en lo esencial tampoco se diferenciaba mucho del acordado por el PSOE. Haber dicho sí al primer pacto hubiera supuesto integrar a Podemos en el sistema, proceder a una serie de reformas cosméticas que no inquietaran lo más mínimo a las oligarquías, ejecutar más recortes y cerrar la crisis de régimen que se inició en 2011 con la irrupción del 15M. Un cierre por arriba al estilo de 1978, pues.
No ha sucedido y eso ha llevado a la ruptura de otra costura del régimen, un régimen que se basaba en el falso antagonismo entre PP y PSOE, muy peleados en las formas y, sin embargo, muy de acuerdo en el fondo a la hora de gobernar en favor de los intereses financieros. Al no poder integrar a Podemos, no les queda más remedio que gobernar juntos, quitándose las caretas. El régimen gana tiempo pero pierde aún más cerdibilidad. No hay cierre por arriba porque Podemos lo impide, lo cual, pese a todas las presiones, críticas y al rodillo mediático, es un éxito del que nos tenemos que sentir orgullosos. Se alarga el proceso de fin de época en el que seguimos inmersos pero no se cierra en falso como en el 78.
Como ha dicho hoy Pablo Iglesias en el Congreso, hay una nueva España joven y sin miedo que ya no tolera ser tratada como menor de edad. Que comprende que lo único que tenemos los ciudadanos que no somos millonarios ni rentistas son unas instituciones transparentes que defiendan nuestros intereses frente a los grandes poderes económicos. Esa España ya no lee esos periódicos en papel que se han convertido en gacetillas ridículas donde escriben señores mayores (sí, sobre todo señores, con una prosa muy cipotuda) airados contra el mundo, como en aquella escena de Los Simpson donde el abuelo se quejaba a gritos contra las nubes. Esa España ha leído libros de historia y no le chirría en absoluto que en el Congreso se hable de hechos históricos sufridos en este país como el terrorismo de Estado o la connivencia de la Casa Real con corruptos o golpistas. Y que se hable en serio, con ese "tono" (otro espantajo del régimen) que espanta a los que quieren que en el Congreso se siga hablando con el lenguaje de madera de un salón versallesco. Esa España clama por la igualdad de género y le resulta bizarro un personaje como Rafael Hernando, ese símbolo de la masculinidad de palillo en los dientes y bourbon que recuerda a aquel Saza vestido de guardia civil disparando a un Sol que no salía por donde él esperaba.
Yo no pertenezco a la generación que hizo la Transición. Nací en 1978, me la encontré hecha. Quizá no tendría la prepotencia de echarles en cara los errores que cometieron (a toro pasado todo se ve más fácil). Lo que no aguanto es que, desde aquella generación (que hoy cobra o está a punto de cobrar su pensión gracias a un ejército de precarios con sueldos de 500 euros) se nos den lecciones de democracia. Siempre lo he dicho, y aquí lo he escrito también: el 23 de febrero de 1981 hubo un golpe de Estado en este país y no salió a defender la democracia a la calle ni Dios. No jodamos, por favor. Sólo les pido un ejercicio de empatía porque, repito, sus pensiones dependen de esos chavales de 20 años que esta noche estaban manifestándose delante del Congreso, no del PP ni del PSOE, que no tendrán ningún reparo (y lo veremos en breve) en empezar a recortarlas, y ya veremos en qué medida.
Sí, hablamos en el Congreso de manera diferente a ustedes, entendemos la politica de manera diferente a ustedes, hemos viajado, hemos emigrado, tenemos amigos en otros países, ganamos sueldos precarios pero hemos aprendido a protegernos y a utilizar nuestros saberes en red. Y en cinco años hemos herido de muerte a un régimen que se pensaba intocable en su prepotencia. Acostúmbrense a nosotros porque queremos gobernar este país.