martes, 5 de julio de 2011

¿Dónde está la UE?

Hoy, la creación de la Unión Europea en los años 50, puede parecernos algo lejano, cuando Alemania y Francia decidieron crear una Comunidad Económica destinada a favorecer el comercio del carbón y el acero, y de paso inaugurar una nueva de etapa de amistad entre las dos grandes potencias continentales, tras años de fatal desencuentro. Posteriormente cada vez más países se fueron uniendo al proyecto europeo, convencidos de sus grandes ventajas políticas y económicas, así como de su categoría de proceso histórico e imparable en un continente tristemente marcado en su historia por los conflictos bélicos. Así, la inicial Comunidad Europea fue creciendo, se transformó en la actual Unión Europea y, aunque siempre se incidió más en la integración económica de sus miembros (no es fácil renunciar a la soberanía nacional), también se fueron logrando avances, aunque menores, en el plano político, como la creación de una política exterior común o el cada vez mayor poder normativo del Parlamento Europeo. También se instituyó como un "club" defensor de los derechos humanos, que exigía una larga serie de requisitos en este ámbito a todo Estado que quiera entrar a formar parte de él, además, por supuesto, de todos los requisitos económicos hoy tristemente de actualidad.

En este tiempo de creciente influencia y optimismo del proyecto europeo, muchos países manifestaron su deseo de ingresar en la Unión, especialmente los de la antigua órbita soviética, que veían en la UE, por un lado, una oportunidad de modernizar sus economías y sistemas políticos y, por otro, un retorno a la vieja Europa de la que tanto tiempo habían estado separados por aquel telón de acero que ahora nos parece tan lejano.

Hoy, sin embargo, la Unión aparece ante el mundo más lánguida que nunca, desintegrada por unas, cada vez más, conservadoras y timoratas políticas internas de los Estados, que ante la incertidumbre que vive el planeta, prefieren el "sálvese quien pueda" a proseguir avanzando en un proyecto europeo en el que ya parecen no creer. El error de esta actitud, en mi opinión, parte de la absurda centralidad que hoy en el mundo se otorga a la economía, dejando de lado otros ámbitos de nuestra existencia mucho más importantes. Como ya he manifestado en entradas anteriores, la UE es el espacio geográfico del mundo donde se garantiza una mayor protección social a sus habitantes y supone todo un modelo a exportar y no a desmantelar, porque es fruto de lo mejor del espíritu humano, de la cultura ilustrada y de los derechos humanos. ¿Cuál ha sido entonces el error de la UE? Pues precisamente no exportar este modelo.

Un ejemplo es muy claro: Turquía. Este país, que es miembro asociado de la UE desde 1965, empezó las negociaciones para su adhesión plena en 2005. Tras sucesivas trabas y posposiciones de plazos, hoy esa adhesión parece más lejana que nunca y son muchos los turcos que, recordando su orgulloso pasado imperial, manifiestan que, puesto que Europa no los quiere, Turquía ya no necesita a Europa (y menos ahora que el país se está convirtiendo en una potencia regional en Oriente Medio, con criterio propio en política exterior y tasas de crecimiento económico que enrojecerían a cualquier país "occidental"). La UE no puede escudarse en la falta de cumplimiento de requisitos económicos, porque el AKP (partido islamista en el gobierno que recientemente ha revalidado su mandato), pese a sus muchos defectos en otros ámbitos, en este ha hecho los deberes a la perfección. Ni siquiera puede aducir falta de avances en la protección de los derechos humanos, donde, pese a que siguen existiendo problemas, la situación nada tiene que ver con la de hace veinte años. ¿Cuál es, pues el problema? Pues yo diría que son dos: la población y la religión.

Efectivamente, ni a Francia ni a Alemania les hace gracia que un país que les supera en población les superara, por ende, en representantes en las distintas instituciones europeas y, por tanto llegara a tener la misma influencia que ellos. Tampoco les hace mucha gracia un posible éxodo migratorio turco hacia otros Estados miembros una vez conseguida la adhesión. Sin embargo, y es una opinión personal, llegado el caso podrían llegar a soslayar estos "problemillas", pero no otro que consideran mucho peor: el hecho de que el 99% de la población turca sea musulmana. En no pocas ocasiones hemos oído al Papa manifestar su idea sobre las raíces cristianas de Europa y, por consiguiente, su existencia como un club cristiano. Tampoco deja de ser curioso que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (que no es un órgano de la UE, pero sí es "europeo") haya fallado recientemente a favor de que Italia mantenga los crucifijos en las escuelas públicas mientras también ha admitido la prohibición del velo musulmán en espacios públicos en Turquía y Francia. ¿Coincidencia?

Si aún hay tiempo para ello, en mi opinión nada podría favorecer más la democracia en todo el Oriente Medio y los países árabes que la adhesión de Turquía a la UE, que además supondría la integración de uno de los países más dinámicos, jóvenes y políticamente influyentes de la zona mediterránea. Frente a estas ventajas que parecen obvias, Europa una vez más se refugia en prejuicios nacionalistas y cortoplacistas y, sin darse cuenta, sigue perdiendo influencia en el mundo.

Pocos acontecimientos tan lamentables han ocurrido en lo que llevamos de 2011 como la artrósica inactividad de la UE ante las revueltas árabes que se sucedieron desde febrero. Los distintos gobiernos europeos, de los que formaban parte ministros acostumbrados a veranear en los palacios de Ben Ali o Mubarak, no sabían qué cara poner ante las inapelables manifestaciones ciudadanas que reclamaban aquello de lo que la UE se precia: sistemas democráticos para sus países. Finalmente, una vez más, tuvo que ser EEUU, con escasos intereses en la zona, quien empujara a los viejos países europeos a que se movieran, decretándose una acción militrar en Libia que aún hoy perdura, pero permitiendo baños de sangre en Siria o Bahrein, en casos exactamente iguales al libio. La imagen es, de nuevo, la de esa realpolitik que tanto daño hace al mundo, y que lleva a unos gobiernos de ser adalides de los derechos humanos a amigos íntimos de sátrapas de una semana para otra.

Frente a toda esta situación, haría falta un reforzamiento de la UE como espacio de integración política, eso que se ha dicho tantas veces pero que nunca es inútil repetir: lograr una UE de los ciudadanos y no de los mercados. Porque Europa se ha equivocado muchas veces a lo largo de su historia, y quizá hay muchas cosas de las que debamos arrepentirnos, pero también hemos creado cosas muy positivas para la Humanidad, como nuestro sistema de redistribución de la riqueza, del que debemos sentirnos orgullosos y no dejar que se desmantele sin más. La raíz de toda la crisis que estamos viviendo radica en que "no somos competitivos". ¿Pero aún hoy alguien se cree que podemos llegar a competir con China o India, países donde los más mínimos derechos sociales no son respetados? Por supuesto que no. Por eso, tanto o más importantes que nuestras movilizaciones en Europa, lo son las que se han empezado a ver en China de ciudadanos reclamando sus derechos sociales y laborales. En su fuerza y en nuestra resistencia está el futuro de todos.

Aprendamos del mundo en aquello de lo que nos puedan enseñar, pero enseñemos sobre aquello de lo que podamos estar orgullosos.

Seguimos!

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